jueves, 10 de noviembre de 2016

Cuatro poemas de Raymond Carver



LOS SALMONES SE MUEVEN DE NOCHE

Los salmones se mueven de noche
salen del río y entran en la ciudad.
Evitan las plazas con nombres
como Foster's Freeze, A & W, Smiley's,
pero nadan juntos por la zona
de las casas de la Wright Avenue donde a veces
en las primeras horas de la mañana
los oyes intentarlo con las perillas de las puertas
o tropezar con el cableado de la televisión.
Los esperamos levantados.
Dejamos abiertas las ventanas traseras
y nos avisamos al oír el primer chapoteo.
Cada mañana es una decepción.



UNA CONCESIÓN

O esto o ir a cazar linces
con mi amigo Morris.
Intentar escribir un poema ahora a las seis
de la mañana o correr
detrás de los perros de caza con
un rifle en las manos.
El corazón dando brincos en su jaula.
Tengo 45 años. Sin ocupación.
Imagina qué lujo de vida.
Intenta imaginarlo.
Puede que le acompañe si va
mañana. Pero puede que no.



EN SUIZA

Lo primero que hay que hacer en Zurich
es subirse al tranvía n° 5 del Zoo
y bajarse al final del trayecto.
Nos habían avisado de los leones.
De cómo se oían sus rugidos
procedentes del recinto del zoo
en el cementerio Flutern.
Allí paseo por
el sendero tan bonito
que conduce hasta la tumba de James Joyce.
Siempre tan familiar, esta aquí
con su esposa Nora, cómo no.
Y su hijo, Giorgo,
que murió hace unos años.
Lucía, su hija, su penitencia,
aún vive, confinada
en un sanatorio mental.
Cuando recibió la noticia
de la muerte de su padre, dijo:
¿Qué hace bajo tierra ese idiota?
¿Cuándo va a salir?
Nos está observando todo el tiempo.
Me quedé un rato. Creo
que le dije algo en voz alta al señor Joyce.
Debí de hacerlo. Creo que lo hice.
Pero no recuerdo qué
y ahora tengo que dejarlo así.

Una semana después, partimos
de Zurich hacia Lucerna en tren.
Pero aquella mañana temprano tomé
una vez más el tranvía n° 5
hasta el final de la línea.
Los rugidos de los leones se precipitaban
sobre el cementerio, como la otra vez.
Habian segado el césped.
Me senté un rato en él y fumé.
Me gustaba estar allí,
junto a la tumba. Esta vez
no dije nada.

Aquella noche nos jugamos algo de dinero en los tapetes
del Grand Hotel Casino
a orillas del lago Lucerna.
Mas tarde asistimos a un espectáculo de striptease.
Pero, ¿qué podía hacer con el recuerdo
de aquella tumba
en pleno espectáculo, asaltándome
bajo la débil luz rosa del escenario?
Nada.
O con el deseo que surgió luego,
llevándose todo lo demás
como una ola.
Después nos sentamos en un banco
bajo las estrellas y unos cuantos tilos.
Hicimos el amor,
buscándonos entre las ropas.
A unos pasos del lago.
Luego metimos las manos
en el agua fría
y volvimos al hotel,
felices y cansados, dispuestos a dormir
ocho horas.

Todos nosotros, todos nosotros, todos nosotros
intentando salvar
nuestras almas inmortales, por caminos
en algún caso más sinuosos y misteriosos
aparentemente
que otros. Estamos
pasándolo bien aquí. Pero con la esperanza
de que todo será revelado pronto.



BAJO UNA LUZ MARINA CERCA DE SEQUIM, WASHINGTON

Se veían ya los campos verdes. Y las casas altas y blancas
de las granjas tras las marismas que había dejado la marea,
y aquellos pequeños cangrejos de arena
preparados para echar a correr o darse la vuelta si
levantábamos la piedra bajo la que Vivían. La languidez
de una tarde tranquila. La belleza de conducir
por aquella carretera local. Hablando de París, nuestro París.
Entonces encontraste aquel pasaje en el libro
y me leíste algo sobre Anna Ajmátova y
Modigliani,
sentados en un banco de los jardines del Luxemburgo
bajo su enorme paraguas negro,
recitando a Verlaine. Ambos 4
“aun intocados por su futuro”. Entonces
en un prado vimos
a un hombre joven desnudo de cintura para arriba con los pantalones
remangados, como un antiguo remero. Nos miró sin curiosidad.
Se quedó allí mirando con indiferencia.
Luego nos dio la espalda y siguió con su trabajo.
Mientras pasábamos como una hermosa guadaña negra
por aquel paisaje perfecto.



De Todos nosotros (Bartleby, 2006)
Traducción de Jaime Priede




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