martes, 15 de noviembre de 2016

Cuatro poemas de Claes Andersson



Bajo el esplendoroso verdor del abedul
Entre resplandecientes lilos en flor,  en medio de una nube
De mosquitos está tumbado un hombre ilustrado leyendo:
Introducción a la teoría económica del marxismo
Siente el profundo aroma del abedul
El intenso perfume de las lilas lo adormece
y se queda dormido, con el libro
debajo de la cabeza, el inmenso sueño
en el corazón
Cuando despierta ya es otoño
El abedul amarillea, las lilas están marchitas, los mosquitos
han muerto de frío, los explotadores han engordado
Él sigue leyendo donde se había quedado.




Cuando nací Helsinski era una ciudad
de tamaño medio con calles de cantos rodados
Unos años después estalló la guerra
Yo acababa de aprender a callarme
Tras los bombardeos había señoras ancianas
esparcidas por las calles   Trataban de matarnos a todos
No había orden alguno
Una de las noches rabiosas en las que todo se volvía negro
me bajó mi madre al refugio
Después desapareció, ella no tenía ojos
Hacía frío y humedad y oscuridad
Se notaba en los pulmones
Allí había una puerta de hierro que estaba prohibido abrir
Cuando cerré los ojos la casa se transformó
en un columpio de tela de araña donde colgaban
todos los muertos de largas cuerdas en el pasillo del sótano
Justo cuando cayó una bomba allí cerca se estaban abrazando mamá y papá por última vez
como en una película no tolerada para menores
Las sirenas de alarma se habían vuelto locas, se me metían
en los oídos a través de los tapones
Papá nunca estaba allí aunque yo no pensaba en ello
Bajaba a mi gato blanco al sótano   Estuvimos allí
tanto tiempo que se quedó ciego y escapó
Alguien lo encontró con la cabeza destrozada en un cajón
donde ponía Papel de periódico
Lo reconocí, claro, comprendí que
no se podía confiar en nadie
No lloré, estaba completamente seco
Me pareció despegar de mí mismo y me vi
a mí mismo caído allí sin cabeza
Mantuve la respiración hasta que mi gato se recuperase
No lo conseguí
Mis pulmones eran inservibles, pronto iba a morir
Vivíamos en el agua bajo la capa de hielo
Yo era un niño tranquilo, les destrozaba la cabeza
a las ratas con mi fusil de aire comprimido
Era demasiado molesto respirar
Algo se movía como un péndulo de un lado al otro
en el fondo del agua
Parecían los restos de un niño pequeño
con pantalones de golf que se había quedado helado bajo el hielo




Una persona congelada no se debe
            descongelar demasiado a prisa
Las células se desbordan, las paredes se rompen,
            el corazón se para.
No pongas nunca a una persona congelada
en el microondas.
Ponla en una cama dura en una habitación
            que dé al norte, abre todas las ventanas.
No le des mantas ni almohadones,
            lo que necesita es dureza.
Cuando empiece a pedir agua a gritos, échale
            unos trozos de hielo.
Cuando tenga hambre, unas cortezas de pan.
No estés demasiado tiempo en la habitación
            para que no te coja afecto.
Necesita soledad, aislamiento.
Dale para abrigarse un trozo de tela basta.
Cuando por fin haya recobrado algo de su calor
            te hablará de paisajes de una
                        particular belleza y esterilidad.
Esto lo saben todos los exploradores polares, los alpinistas
   los sin techo y los médicos de cuidados intensivos.




Caso 232

Dónde vamos a dormir esta noche
Dónde vamos a calentarnos las manos moradas de frío esta noche
Si se es dos se está algo más caliente
Nos apretamos el uno contra el otro
Nos calentamos uno al otro las manos entre las piernas
Adviérteme si notas que te estás muriendo
Porque entonces te llevas todo mi calor y me despierto helado



De Poesía Nórdica (Ediciones de la Torre, 1999)
Traducción de Francisco J. Uriz

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