miércoles, 8 de abril de 2015

Severo Sarduy - Fragmentos de Diario Indio





Entre maderos que arden, el cuerpo. Junto a la pira, por el suelo cubierto de ceniza, un perro deshace en bandas de lino y lame el turbante blanco, ensangrentado. Más allá, bajo un alero, otro montón de troncos. Alrededor se apresuran los técnicos de la quema. Un dios-elefantito juguetea entre las flores. Campanillas de cobre. La muerte –la pausa que refresca– forma parte de la vida.





Arroz a los pies, embarrado de polvo rojo, en su templo de cemento, un dios-monito ameniza la aldea –los ojos bolas de vidrio, en el hocico pétalos pegados. Azoradas, como cigüeñas que oyen ruidos nocturnos, tres cabezas lo vigilan sobre un cuello: azul de metileno, azafrán, blanco de cáscara de huevo.

Collar de flores, un toro mostaza pace.





Aspas rápidas los brazos, shaking the world, un dios displicente baila. A su lado –medias esferas los senos, la cintura estrecha y muy anchas las caderas– ondula una diosa en cuyos brazos, encaramado sobre un ratón, retoza un elefante –con la trompa ensortijada le acaricia una oreja. De trecho en trecho afloran en la piedra tallada espirales de conchas, caballitos de mar fosilizados, estrías de una roca amarillenta donde viene a posarse un pavo real.





Escaleras que suben hacia ninguna parte, muros inclinados, hemisferios vacíos. A su paso por los bordes numerados las sombras reproducen la curva de la Tierra, cifran la altitud de los astros, postulan un Sol fijo. En las escaleras borradas por la lluvia cada tarde reitera las medidas. Astrolabios de bronce han quedado entre las ruinas, desechados, rotos.

La hora exacta.





Bajo los techos cónicos, los demonios abren mujeres por las piernas, rompiéndolas. Para que los fieles puedan dibujarse los signos prescritos sobre la frente hemos instalado espejitos móviles en todas las paredes.

Una cinta de metal desciende desde lo alto de la pagoda, por los techos superpuestos, hasta el más bajo, lo toca.

Entre las esculturas del patio, fornican en tropel los corderos sagrados.

Olor a hachís y a sándalo.



De Diario Indio (Zindo & Gafuri, 2014)

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