jueves, 18 de diciembre de 2014

Tres poemas de Tiffany Atkinson


Madre en Sueños

Mi madre en sueños, vestida
como una refugiada con estampillas raras
donde van los ojos, dice con voz televisiva
bueno, muchacha, ¿por qué tardaste? Su frente
franqueada por el dolor cuando lamo sus párpados
para cerrarlos y la devuelvo por la ranura
de la casa de dos pisos
donde mi madrastra cruje con la estática,
las piernas cruzadas, purificada y al borde del inminente
parto. Tengo que devolver la piel de mi madre,
el lento cirílico de su mano iletrada.
Despertar enredada en ese cordón, o ahogarme
con las palabras que no lo van a cortar.


ACTOS DE DEVOCIÓN

Frances lava los autos de los maestros
para la semana de Ayuda Cristiana. Con los nudillos blancos
y entumecidos acarrea el balde al MG rojo
que maneja Robert—Rob, el técnico de laboratorio,
elegido por las monjas, sin dudas, por sus dientes de conejo   
y su timidez: Rob, para quien Frances es una vela
que arde por los dos lados. Las rodillas esmeradas se hincan
en la grava, y ella refriega las manchas que nadie
nunca soñó refregar hasta que el agua corre ferrosa.

Detrás del seto en los jardines del Rosario
una hermana silba. Frances piensa en una tarde
después de misa cuando, con la comezón del pecado, se deslizó
a través del portón a la zona de las monjas. Y ahí,
la monja vieja y loca que escupía tierra y discutía con los arbustos,
la que, se rumoreaba, estaba atada con una soga larga
a las canillas de la cocina, estaba posada como un barrilete roto
sobre la montaña de abono, capturada por un instante
en la mira del crucifijo de la colina vecina.
Cuando su mano alzada bendijo a Frances
estaba abriendo las piernas para mear, una curva dorada y sólida
como las que hacía el padre de Frances al costado de la cabaña el último verano:
el olor a cobre caliente, a hojas secas.

Frances escurre la esponja, los dedos le arden
con el encaje del jabón. Ahora ve el corte
que el óxido le hizo a su mano: las dos, tres, ahora cuatro,
gotas, como semillas de granada, atrapadas
en el puño de tela y retenidas para regocijo de la trama.


PRIMERAS MASCOTAS

Alguien comienza un juego que nos da
a cada uno un nom-de-guerre de estrella porno. El juego exige
los nombres de soltera de las madres, implica a las primeras
mascotas. Como paperas, casi todos las tuvimos.
Cómo rogué, y cuando por fin la tuve, el desamparo
de mi cachorrita me horrorizó. Pobre incontinente
a la que no pude amar —qué parecida a mí— acobardada, bruta,
siempre pegada a los talones de las cosas—

            —los perros me asustan todavía, como las babosas,
como los niños; el mismo conocimiento incierto de la especie.
Los sueños me liberan de camadas de cachorritos ñatos
que lloriquean y que yo no puedo alimentar, y llevo puerta
a puerta arrastrándolos en sus placentas—

y ‘Mitzi Farmer’ vive su vida de estrella porno
en cul-de-sacs como estos, duda casi siempre
entre qué es sexo, qué es pelea.
Se acuesta tarde con bichos peludos
Mínimamente cosidos para un abrazo. Su madre no llama
casi nunca. Mitzi se da maña con los animales.
 

De El hombre cuya mano izquierda pensaba que era un pollo (Ediciones Gog y Magog)
Traducciones de Inés Garland

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