martes, 26 de agosto de 2014

Dos poemas de Mario Ortiz


ESCRITO CON UNA HEBRA DE LANA MARRÓN QUE ENCONTRÉ POR AHÍ

Tomá el hilo y extendelo.
Colocá en uno de sus extremos a una madre junto a unas agujas.
Distribuí cuatro paredes y formá una habitación con un amplio ventanal que dé a un patio con plantas y una parra.
¿Es la tarde? ¿Ya anochece y es otoño? Desplegá con tu mano el color del cielo, de las cosas y de la luz. Cuidá esos detalles.
La madre comenzará a tejer. Soltá el hilo a medida que lo demande.
Aprovechá ese momento porque la hebra es extremadamente corta, apenas unos centímetros.
Cuando ya no sientas en la yema de tus dedos el cosquilleo de la lana que va corriendo, cerrá los ojos por un momento hasta que todo haya desaparecido.

Ese pulóver hubiese sido para vos.


PEQUEÑO TRATADO DE GEOLOGÍA DOMÉSTICA

     Tengo en mis manos una piedra de canto rodado que encontré en Sierra de la Ventana.  Su interior seco y compacto permanece imperturbable acaso desde la extinción de los últimos grandes reptiles, sin recibir el sol que iluminó la aparición de los primeros cazadores nómades y sus pinturas rupestres, la construcción de la gran pirámide, el ascenso y caída de Roma, el nacimiento de Jesús, los trovadores y Shakespeare, las correrías de los tehuelches por la meseta patagónica, la Revolución de Mayo, las esperanzas y desdichas de esta ciudad que está sobre un mar que no es un mar sino, apenas, una entrada de ría de barro pegajoso y gris.
  Si la partiese con un martillo, recibiría directamente el resplandor de una tarde calurosa, mis miradas, los ruidos ahogados de la calle, los ladridos del Yago. Me pregunto qué entendería de todo esto, si es que una piedra pudiese tener algún pensamiento.
   La dejo junto a la maceta, intacta.
   Si no sufre algún accidente, los días y las noches, el viento y la lluvia la erosionarán muy lentamente.
   En algún momento, desaparecemos el Yago y yo, los lugares y rostros de siempre. 
   Partícula a partícula se desgranará hasta que, devenida un pequeño cascotito, exhiba por fin lo que fue ese interior seco y oscuro ante un mundo completamente desconocido.
   Para ese entonces, estas palabras y esta tarde habrán sido, apenas, menos que imágenes fugaces en un sueño interminable.

   La piedra está a la sombra de la maceta.
   Almacena frescura.


De Cuadernos de Lengua y Literatura. Volumen IX, de próxima aparición en Ediciones Liliputienses, España.

lunes, 18 de agosto de 2014

Martin Eder

Rotation

Untitled

Analysis

Dream Disorder

Denial

Luck

Hidden Fear

In Search of a Soul

Meditation

Patience

Recognition

Untitled

viernes, 15 de agosto de 2014

Michael Longley - Autocuración

AUTOCURACIÓN

Yo quería enseñarle los nombres de las flores,
autocuración y centaura; en la gran finca
donde nunca pasta el ganado, asfódelo de ciénaga.
¿Acaso podría yo haber amado a alguien tan fuera de quicio
y, como dicen, haberle dado alas?
Había dormido en cuna hasta los doce
por ser tan infantil, me supongo,
o por falta de cama: ¿acaso su padre no había
perdido todo en el juego menos el pastizal juncoso?
Parecía tener el cráneo cincelado como una cuña
sobre los hombros, y la espalda jorobada,
lo cual le daba un aire casi académico.
Pero no podía recordar las cosas que le había enseñado:
cada nombre flotaba sobre su flor
como una mariposa incapaz de posarse.
Ese día desfloré una tragontina
para dejar en libertad a los mareados insectos.
Con delicadeza deslizó la mano entre mis muslos.
Me dio miedo; y aún no sé por qué
pero salí corriendo, bañada en lágrimas, a contárselo a todos.
Me enteré de que todos los días de aquella semana
lo azotaron con una vara de endrino, y luego lo amarraron
en el henar. Yo podría haber sido la vaca
a la cual habría descolado después con cizallas,
y él el carnero enredado en alambre de púas
que mató a pedradas cuando lo dejaron libre.


Traducción de Pura López Colomé