martes, 8 de abril de 2014

Dos poemas de Rosmarie Waldrop



 Sólo en conexión con un cuerpo, tiene sentido una sombra. Yo llamé perro a la mía, el modo en que corría delante de mí en la polvareda, respirando veloz y estirando su pequeño hocico ahí adelante —pese a que hay intervalos en que la luz se quieta y el aire no resiste. Abandonada en mi cuerpo, la memoria de las casas a una cierta distancia, sus techos y chimeneas para que la oscuridad fluya en convenciones arbitrarias. Por eso no te gusta cuando me emborracho. Me quedo dormida en la calle, sin una mísera sombra donde yacer y el gentío se agolpa a mirar, temeroso de verse defraudado.


A fin de entender la naturaleza del lenguaje, empezaste a pintar, pensando que la lógica del referente quedaría expuesta, no bien hubieras resuelto la oposición entre punto, línea y color. De unas palabras que se deslizaban por las escalas del significado, me distrajo el humo en mi margen de aliento. Esperé la llama, el pasaje del ojo al mundo. Al amanecer, te escurriste en la cama, exhausto, alertándome contra el riesgo de sacar conclusiones a partir de lienzos ciegos. Yo aventuré que una línea podía representar una torre que alcanzara el cielo o, acaso, la lluvia en el acto de caer. Respondiste que el mundo estaba acaparando demasiado espacio ya. 

 
Traducción de María Negroni

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