lunes, 31 de marzo de 2014

Alain Badiou - Sobre poesía y poema (fragmentos)



¿A qué se opone la poesía en el pensamiento? No se opone directamente al pensamiento, al noûs, a la intuición de las ideas. No se opone a la dialéctica, como forma suprema de lo inteligible. Platón es muy claro es esto: lo que la poesía prohíbe es el pensamiento discursivo: la dianoia. El poema, dice Platón, “es la ruina de la discursividad de quienes lo escuchan”. La dianoia es el pensamiento que va a través, el pensamiento que encadena y deduce. El poema es afirmación y deleite, no atraviesa nada, se queda en el umbral. El poema no es franqueamiento regulado, sino ofrenda, proposición sin ley.




Todo poema hace llegar a la lengua un poder: el poder de fijar eternamente la desaparición de lo que se presenta. O de producir la presencia misma como Idea por la retención poética de su desaparecer.




Por la visibilidad del artificio, que es también el pensamiento del pensamiento poético, el poema sobrepasa en potencia a aquello de lo que lo sensible es capaz. El poema moderno es lo contrario de una mimesis. Por medio de la operación que realiza, exhibe una Idea cuyo objeto y la objetividad no son más que pálidas copias.




El misterio es propiamente que toda verdad poética deje en su centro aquello que no tiene el poder de hacer venir a la presencia.




Lo infinito lingüístico es la impotencia inmanente al efecto de potencia del poema.




Desde el principio de su obra, Rimbaud señalaba que en el poema hay, visto subjetivamente, una irresponsabilidad. El poema es como un poder que atraviesa la lengua involuntariamente: “peor para la madera hecha violín”, o “si el cobre se despierta hecho clarín no es por su culpa”.  




Esta idea es capital: el poema no es una descripción ni una expresión. Tampoco es una pintura emotiva de la extensión del mundo. El poema es una operación. El poema nos enseña que el mundo no se presenta como una colección de objetos. El mundo no es lo que objetiva el pensamiento. Es —para las operaciones del poema— aquello cuya presencia es más esencial que la objetividad.




Para pensar la presencia, es esencial que el poema disponga una operación oblicua de captura. Esta sola oblicuidad destituye la fachada de objetos que compone el engaño de las apariencias y las opiniones. Que el procedimiento del poema sea oblicuo es lo que exige entrar en él más que ser atrapados en él.  




La regla es simple: entrar en el poema, no para saber de qué habla, sino para pensar qué pasa con él. Como el poema es una operación, también es un acontecimiento. El poema tiene lugar.




Opondría con gusto la poesía, que es poetización de lo que pasa, al poema, que es él mismo el lugar donde eso pasa, que es un pasaje del pensamiento.

 
De Pequeño manual de inestética (Prometeo Libros, 2009)
Traducción de Lucía Vogelfang, Jorge L. Caputo, Marcelo G. Burello y Guadalupe Molina

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