miércoles, 31 de diciembre de 2014

Rubem Fonseca - Feliz Año Nuevo


Vi en la televisión que los comercios buenos estaban vendiendo como locos ropas caras para que las madames vistan en el reveillon. Vi también que las casas de artículos finos para comer y beber habían vendido todas las existencias.
Pereba, voy a tener que esperar que amanezca y levantar aguardiente, gallina muerta y farofa de los macumberos[i].
Pereba entró en el baño y dijo, qué hedor.
Vete a mear a otra parte, estoy sin agua.
Pereba salió y fue a mear a la escalera.
¿Dónde afanaste la TV?, preguntó Pereba.
No afané ni madres. La compré. Tiene el recibo encima. ¡Ah, Pereba!, ¿piensas que soy tan bruto como para tener algo robado en mi cuchitril?
Estoy muriéndome de hambre, dijo Pereba.
Por la mañana llenaremos la barriga con los desechos de los babalaos[ii]dije, sólo por joder.
No cuentes conmigo, dijo Pereba. ¿Te acuerdas de Crispín? Dio un pellizco en una macumba aquí, en la Borges Madeiros, le quedó la pierna negra, se la cortaron en el Miguel Couto y ahí está, jodidísimo, caminando con muletas.
Pereba siempre ha sido supersticioso. Yo no. Hice la secundaria, se leer, escribir y hacer raíz cuadrada. Me cago en la macumba que me da la gana.
Encendimos unos porros y nos quedamos viendo la telenovela. Mierda. Cambiamos de canal, a un bang-bang. Otra mierda.
Las madames están todas con ropa nueva, van a entrar al año nuevo bailando con los brazos en alto, ¿ya viste cómo bailan las blancuchas? Levantan los brazos en alto, creo que para enseñar el sobaco, lo que quieren enseñar realmente es el coño pero no tienen cojones y enseñan el sobaco. Todas le ponen los cuernos a los maridos. ¿Sabías que su vida está en dar el coño por ahí?
Lástima que no nos lo dan a nosotros, dijo Pereba. Hablaba despacio, tranquilo, cansado, enfermo.
Pereba, no tienes dientes, eres bizco, negro y pobre, ¿crees que las mujeres te lo van a dar? Ah, Pereba, lo mejor para ti es hacerte una puñeta. Cierra los ojos y dale.
¡Yo quería ser rico, salir de la mierda en que estaba metido! Tanta gente rica y yo jodido.
Zequinha entró en la sala, vio a Pereba masturbándose y dijo, ¿qué es eso, Pereba?
¡Se arrugó, se arrugó, así no se puede!, dijo Pereba.
¿Por qué no fuiste al baño a jalártela?, dijo Zequinha.
En el baño hay un hedor insoportable, dijo Pereba.
Estoy sin agua.
¿Las mujeres esas del conjunto ya no están jodiendo?, preguntó Zequinha.
Él estaba cortejando a una rubia excelente, con vestido de baile y llena de joyas.
Ella estaba desnuda, dijo Pereba.
Ya veo que están en la mierda, dijo Zequinha.
Quiere comer los restos de Iemanjá, dijo Pereba.
Era una broma, dije. A fin de cuentas, Zequinha y yo habíamos asaltado un supermercado en Leblon, no había dado mucha pasta, pero pasamos mucho tiempo en São Paulo en medio de la bazofia, bebiendo y jodiendo mujeres. Nos respetábamos.
A decir verdad tampoco ando con buena suerte, dijo Zequinha. La cosa está dura. Los del orden no están bromeando, ¿viste lo que hicieron con el Buen Criollo? Dieciséis tiros en la chola. Cogieron a Vevé y lo estrangularon. El Minhoca, ¡carajo! ¡El Minhoca! Crecimos juntos en Caxias,
el tipo era tan miope que no veía de aquí a allí, y también medio tartamudo —lo cogieron y lo arrojaron al Guandú, todo reventado.
Fue peor con el Tripié. Lo quemaron. Lo frieron como tocino. Los del orden no están dando facilidades, dijo Pereba. Y pollo de macumba no me lo como.
Ya verán pasado mañana.
¿Qué vamos a ver?
Sólo estoy esperando que llegue el Lambreta de São Paulo.
¡Carajo!, ¿estás trabajando con el Lambreta?, dijo Zequinha.
Todas sus herramientas están aquí.
¿Aquí?, dijo Zequinha. Estás loco.
Reí.
¿Qué fierros tienes?, preguntó Zequinha.
Una Thompson lata de guayabada, una carabina doce, de cañón cortado y dos Magnum.
¡Puta madre!, dijo Zequinha. ¿Y ustedes jalándosela sentados en ese moco de pavo?
Esperando que amanezca para comer farofa de macumba, dijo Pereba. Tendría éxito en la TV hablando de aquella forma, mataría de risa a la gente.
Fumamos. Vaciamos un pitú.
¿Puedo ver el material?, dijo Zequinha.
Bajamos por la escalera, el ascensor no funcionaba y fuimos al departamento de doña Candinha. Llamamos. La vieja abrió la puerta.
¿Ya llegó el Lambreta?, dijo la vieja negra.
Ya, dije, está allá arriba.
La vieja trajo el paquete, caminando con esfuerzo. Era demasiado peso para ella. Cuidado, hijos míos, dijo.
Subimos por la escalera y volvimos a mi departamento. Abrí el paquete. Armé primero la lata de guayabada y se la pasé a Zequinha para que la sujetase. Me amarro en esta máquina, tarratátátátá, dijo Zequinha.
Es antigua pero no falla, dije.
Zequinha cogió la Magnum. Formidable, dijo. Después aseguró la Doce, colocó la culata en el hombro y dijo: aún doy un tiro con esta hermosura en el pecho de un tira, muy de cerca, ya sabes cómo, para aventar al puto de espaldas a la pared y dejarlo pegado allí.
Pusimos todo sobre la mesa y nos quedamos mirando.
Fumamos un poco más.
¿Cuándo usarán el material?, dijo Zequinha.
El día 2. Vamos a reventar un banco en la Penha. El Lambreta quiere hacer el primer golpe del año.
Es un tipo vanidoso pero vale. Ha trabajado en São Paulo, Curitiba, Florianópolis, Porto Alegre, Vitoria, Niteroi, sin contar Rio. Más de treinta bancos.
Sí, pero dicen que pone el culo, dijo Zequinha.
No sé si lo pone, ni tengo valor para preguntar. Nunca me vino a mí con frescuras.
¿Ya lo has visto con alguna mujer?, dijo Zequinha.
No, nunca. Bueno, puede ser verdad, pero ¿qué importa?
Los hombres no deben poner el culo. Menos aún un tipo importante como el Lambreta, dijo Zequinha.
Un tipo importante hace lo que quiere, dije.
Es verdad, dijo Zequinha.
Nos quedamos callados, fumando.
Los fierros en la mano y nada, dijo Zequinha.
El material es del Lambreta. ¿Y dónde lo usaríamos a estas horas?
Zequinha chupó aire, fingiendo que tenía cosas entre los dientes. Creó que él también tenía hambre.
Estaba pensando que invadiéramos una casa estupenda que esté dando una fiesta. El mujerío está lleno de joyas y tengo un tipo que compra todo lo que le llevo. Y los barbones tienen las carteras llenas de billetes. ¿Sabes que tiene un anillo que vale cinco grandes y un collar de quince, en esa covacha que conozco? Paga en el acto.
Se acabó el tabaco. También el aguardiente. Comenzó a llover.
Se fue al carajo tu farofa, dijo Pereba.
¿Qué casa? ¿Tienes alguna a la vista?
No, pero está lleno de casas de ricos por ahí. Robamos un carro y salimos a buscar.
Coloqué la lata de guayabada en una bolsa de compra, junto con la munición. Di una Magnum al Pereba, otra al Zequinha. Enfundé la carabina en el cinto, el cañón hacia abajo y me puse una gabardina. Cogí tres medias de mujer y una tijera. Vamos, dije.
Robamos un Opala. Seguimos hacia San Conrado. Pasamos varías casas que no nos interesaron, o estaban muy cerca de la calle o tenían demasiada gente. Hasta que encontramos el lugar perfecto. Tenía a la entrada un jardín grande y la casa quedaba al fondo, aislada. Oíamos barullo de música de carnaval, pero pocas voces cantando. Nos pusimos las medias en la cara. Corté con la tijera los agujeros de los ojos. Entramos por la puerta principal.
Estaban bebiendo y bailando en un salón cuando nos vieron.
Es un asalto, grité bien alto, para ahogar el sonido del tocadiscos. Si se están quietos nadie saldrá lastimado. ¡Tú. Apaga ese coñazo de tocadiscos!
Pereba y Zequinha fueron a buscar a los empleados y volvieron con tres camareros y dos cocineras. Todo el mundo tumbado, dije.
Conté. Eran veinticinco personas. Todos tumbados en silencio, quietos como si no estuvieran siendo registrados ni viendo nada.
¿Hay alguien más en la casa?, pregunté.
Mi madre. Está arriba, en el cuarto. Es una señora enferma, dijo una mujer emperifollada, con vestido rojo largo. Debía ser la dueña de la casa.
¿Niños?
Están en Cabo Frío, con los tíos.
Gonçalves, vete arriba con la gordita y trae a su madre.
¿Gonçalves?, dijo Pereba.
Eres tú mismo ¿Ya no sabes cuál es tu nombre, bruto?
Pereba cogió a la mujer y subió la escalera.
Inocencio, amarra a los barbones.
Zequinha ató a los tipos utilizando cintos, cordones de cortinas, cordones de teléfono, todo lo que encontró.
Registramos a los sujetos. Muy poca pasta. Estaban los cabrones lleno de tarjetas de crédito y talonarios de cheques. Los relojes eran buenos, de oro y platino. Arrancamos las joyas a las mujeres. Un pellizco en oro y brillantes. Pusimos todo en la bolsa.
Pereba bajó la escalera solo.
¿Dónde están las mujeres?, dije.
Se encabritaron y tuve que poner orden.
Subí. La gordita estaba en la cama, las ropas rasgadas, la lengua fuera. Muertecita. ¿Para qué se hizo la remolona y no lo dio enseguida? Pereba estaba necesitado. Además de jodida, mal pagada. Limpié las joyas. La vieja estaba en el pasillo, caída en el suelo. También había estirado la pata. Toda peinada, con aquel pelazo armado, teñido de rubio, ropa nueva, rostro arrugado, esperando el nuevo año, pero estaba ya más para allá que para acá. Creo que murió del susto. Arranqué los collares, broches y anillos. Tenía un anillo que no salía. Con asco, mojé con saliva el dedo de la vieja, pero incluso así no salía. Me encabroné y le di una dentellada, arrancándole el dedo. Metí todo dentro de un almohadón. El cuarto de la gordita tenía las paredes forradas de cuero. La bañera era un agujero cuadrado, grande de mármol blanco, encajado en el suelo. La pared toda de espejos. Todo perfumado. Volví al cuarto, empujé a la gordita para el suelo, coloqué la colcha de satén de la cama con cuidado, quedó lisa, brillando. Me bajé el pantalón y cagué sobre la colcha. Fue un alivio, muy justo. Después me limpié el culo con la colcha, me subí los pantalones y bajé.
Vamos a comer, dije, poniendo el almohadón dentro de la bolsa. Los hombres y las mujeres en el suelo estaban todos quietos y cagados, como corderitos. Para asustarlos más dije, al puto que se mueva le reviento los sesos.
Entonces, de repente, uno de ellos dijo, con calma, no se irriten, llévense lo que quieran, no haremos nada.
Me quedé mirándolo. Usaba un pañuelo de seda de colores alrededor del pescuezo.
Pueden también comer y beber a placer, dijo.
Hijo de puta. Las bebidas, las comidas, las joyas, el dinero, todo aquello eran migajas para ellos. Tenían mucho más en el banco. No pasábamos de ser tres moscas en el azucarero.
¿Cuál es su nombre?
Mauricio, dijo.
Señor Mauricio, ¿quiere levantarse, por favor?
Se levantó. Le desaté los brazos.
Muchas gracias, dijo. Se nota que es usted un hombre educado, instruido. Pueden ustedes marcharse, que no daremos parte a la policía. Dijo esto mirando a los otros, que estaban inmóviles, asustados, en el suelo, y haciendo un gesto con las manos abiertas, como quien dice, calma mi gente, ya convencí a esta mierda con mi charla.
Inocencio, ¿ya acabaste de comer? Tráeme una pierna de peru de ésas de ahí. Sobre una mesa había comida que daba para alimentar al presidio entero. Comí la pierna de peru. Cogí la carabina doce y cargué los dos cañones.
Señor Mauricio, ¿quiere hacer el favor de ponerse cerca de la pared?
Se recostó en la pared.
Recostado no, no, a unos dos metros de distancia. Un poco más para acá. Ahí. Muchas gracias.
Tiré justo en medio del pecho, vaciando los dos cañones, con aquel trueno tremendo. El impacto arrojó al tipo con fuerza contra la pared. Fue resbalando lentamente y quedó sentado en el suelo. En el pecho tenía un orificio que daba para colocar un panetone.
Viste, no se pegó a la pared, qué coño.
Tiene que ser en la madera, en una puerta. La pared no sirve, dijo Zequinha.
Los tipos tirados en el suelo tenían los ojos cerrados, ni se movían. No se oía nada, a no ser los eructos de Pereba.
Tú, levántate, dijo Zequinha. El canalla había elegido a un tipo flaco, de cabello largo.
Por favor, el sujeto dijo, muy bajito.
Ponte de espaldas a la pared, dijo Zequinha.
Cargué los dos cañones de la doce. Tira tú, la coz de ésta me lastimó el hombro. Apoya bien la culata, si no te parte la clavícula.
Verás cómo éste va a pegarse. Zequinha tiró. El tipo voló, los pies saltaron del suelo, fue bonito, como si estuviera dando un salto para atrás. Pegó con estruendo en la puerta y permaneció allí adherido. Fue poco tiempo, pero el cuerpo del tipo quedó aprisionado por el plomo grueso en la madera.
¿No lo dije? Zequinha se frotó el hombro dolorido. Este cañón es jodido.
¿No vas a tirarte a una tía buena de éstas?, preguntó Pereba.
No estoy en las últimas. Me dan asco estas mujeres. Me cago en ellas. Sólo jodo con las mujeres que me gustan.
¿Y tú... Inocencio?
Creo que voy a tirarme a aquella morenita.
La muchacha intentó impedirlo, pero Zequinha le dio unos sopapos en los cuernos, se tranquilizó y quedó quieta, con los ojos abiertos, mirando al techo, mientras era ejecutada en el sofá.
Vámonos, dije. Llenamos toallas y almohadones con comida y objetos.
Muchas gracias a todos por su cooperación, dije. Nadie respondió.
Salimos. Entramos en el Opala y volvimos a casa.
Dije al Pereba, dejas el rodante en una calle desierta de Botafogo, coges un taxi y vuelves. Zequinha y yo bajamos.
Este edificio está realmente jodido, dijo Zequinha, mientras subíamos con el material, por la escalera inmunda y destrozada.
Jodido pero es Zona Sur, cerca de la playa. ¿Quieres que vaya a vivir a Nilópolis?
Llegamos arriba cansados. Coloqué las herramientas en el paquete, las joyas y el dinero en la bolsa y lo llevé al departamento de la vieja negra.
Doña Candinha, dije, mostrando la bolsa, esto quema.
Pueden dejarlo, hijos míos. Los del orden no vienen aquí.
Subimos. Coloqué las botellas y la comida sobre una toalla en el suelo. Zequinha quiso beber y no lo dejé. Vamos a esperar a Pereba.
Cuando el Pereba llegó, llené los vasos y dije, que el próximo año sea mejor. Feliz año nuevo.






[i] Quienes practican macumba, rito religioso de origen africano. Ofrecen a sus espíritus
comidas y bebidas que sitúan en las encrucijadas; estas ofrendas se conocen con el nombre de despachos y se ofrecen normalmente a Iemanjá, reina del mar. Farofa es una comida muy popular hecha con harina de
mandioca y manteca, fundamentalmente.

[ii] Sacerdotes dedicados a Ifá, dios de la adivinación.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Cuatro poemas de Anise Koltz


En mi corazón
cada rincón está dedicado
a un Dios diferente

Aprendo sus letanías
y les echo incienso

A ninguno le preocupa

La tierra gira y zumba
como un insecto monstruoso

(Traducción de Evelio Miñano)

*

Salimos del mar 
hace miles de millones de años

Nos prometieron la tierra
por la boca nos saldrá

*

Me callo
Mis poemas
almacenados en silos
se pudren

La planta de mis pies
no echa raíces

*

Peces abisales
las frases mueren
en cuanto suben 
a la superficie


(Traducción de José M. G. Holguera)

Cinco textos de George Oppen


Obsesionados, confundidos

Por el naufragio
De lo singular

Hemos escogido el significado
De ser muchos.

*

Cincuenta años
Tiempo sideral
Juntos, y entre los otros,
Los pavimentos legados, las iluminadas calles heredadas:
Entre ellas tuvimos suerte —extrañísima palabra.

Tiempo
del planeta.
Sangre de la piedra, vida
Desde el inerte bloque de piedra. ¡Madre
Naturaleza! Ya que encontramos a los demás
Desamparados como nosotros son nuestros hermanos. Aún así

Vivimos
Y escogimos vivir

Esa fue nuestra época.

(Fragmento de “Sangre de la piedra”)

*

Lo que termina
Es eso.
            Incluso la camaradería
Se acaba.

¡Quiero saber si recuerdas
Cuando fuimos felices! Aunque todos los viajes

Terminaron sin contar, todas las embarcaciones
Hundidas.

(Fragmento de “Imagen del motor”)

*

Es factible
Usar
Palabras recibidas uno las trata
Como enemigos.
No enemigos— Fantasmas
Que han enloquecido
En los vagones del metro
Y claro en instituciones
Y financieras. Si uno las atrapa
Una por una y procede

Con cuidado se recuperan
Espero para significar
Y dar sentido.

(Fragmento de “Un lenguaje de Nueva York”)

*

LA CONSTRUCIÓN DEL RASCACIELOS

El obrero en la viga
Aprendió a no mirar al suelo, y a hacer su trabajo
Y hay palabras que aprendimos
A no mirar,
A no mirar sustancia
Debajo de ellas. Pero estamos al borde
Del vértigo.

Hay palabras que significan nada
Pero hay algo que decir.
No una declaración que es verdad
Sino una cosa
Que es. Concierne al poeta
“padecer las cosas del mundo
Y decirlas y decirse.”

Oh, el árbol, creciendo en la vereda—
Vivo apenas, echando
Pequeños brotes verdes
En medio de la cultura de las calles.
Miramos atrás
Trescientos años y vemos la tierra desnuda
Y sufrimos vértigo.


De George Oppen: poesía, ensayo y entrevistas (Ediciones Universidad Diego Portales)
Traducción de Kurt Folch

sábado, 20 de diciembre de 2014

Tres poemas de James Schuyler


UNA CIUDAD BLANCA

Mis pensamientos giran hacia el sur
una ciudad blanca
despertaremos abrazados.
Despierto
y oigo golpetear el radiador
como un corazón de metal
y veo que ha nevado.


DESDE EL CUARTO…

Desde el cuarto del al lado
el amigable golpeteo
de una máquina de escribir eléctrica.
Zumban moscas en el vidrio
de la ventana. Es la época
en que mueren. La casa
está pintada de gris. Los campos
se empelusan de
algodoncillo. Junto al
estanque, un castor roe
un árbol. Esos dientes, tan
filosos. El camino serpentea
colina abajo hasta llegar acá
después se aleja serpenteando.
El bosque está marrón.
El cielo es gris. Qué
silencio increíble en
esta colina rodea
el amigable golpeteo,
el zumbido de la muerte.


JUSTO ANTES DEL OTOÑO

en los intervalos quietos entre vientos de equinoccio
el silencio destella
o en un bosque de abetos
se muestra como troncos rayados, claros, oscuros
vistos entre ellos
todos iguales, cada uno diferente:
un bosque despojado de sus ramas más bajas
que yacen vagamente apiladas junto al sendero
musgosas, con liquen, pudriéndose.

El sol está en el cielo como si fuera su retrato.
A las áster las inclina una brisa
que para plantas más leñosas sería indigno notar.
Varas de oro erguidas como cúspides
o de otro tipo, que señalan en lenguaje gestual indio:
“Por aquí”.

Por la tarde temprano la luna sube al cielo
mientras el sol va hacia el oeste
su luz ingrávida se posa
sobre un zarzal de saucos y cerezos silvestres.
Parece que la luz los presionara
y los tironeara desde arriba
así como una lancha huye de la estela
que parece propulsarla
a través de ilusiones de verde
hechas por árboles negros reflejados en el agua astillada
que toma forma.

¡Maravillosa energía universal,
expresada en una estelar quietud!
La Vía Láctea desplegada
sobre la casa anoche
y las Pléyades
a la vista débilmente exclamaban:
“La mejor forma de ver las estrellas
es mirar un poco hacia un costado”
un universo en su red de espacio
debilitándose, concluyendo, continuando.


De Una ciudad blanca (Gog y Magog, 2012)
Traducción de Laura Wittner

jueves, 18 de diciembre de 2014

Tres poemas de Tiffany Atkinson


Madre en Sueños

Mi madre en sueños, vestida
como una refugiada con estampillas raras
donde van los ojos, dice con voz televisiva
bueno, muchacha, ¿por qué tardaste? Su frente
franqueada por el dolor cuando lamo sus párpados
para cerrarlos y la devuelvo por la ranura
de la casa de dos pisos
donde mi madrastra cruje con la estática,
las piernas cruzadas, purificada y al borde del inminente
parto. Tengo que devolver la piel de mi madre,
el lento cirílico de su mano iletrada.
Despertar enredada en ese cordón, o ahogarme
con las palabras que no lo van a cortar.


ACTOS DE DEVOCIÓN

Frances lava los autos de los maestros
para la semana de Ayuda Cristiana. Con los nudillos blancos
y entumecidos acarrea el balde al MG rojo
que maneja Robert—Rob, el técnico de laboratorio,
elegido por las monjas, sin dudas, por sus dientes de conejo   
y su timidez: Rob, para quien Frances es una vela
que arde por los dos lados. Las rodillas esmeradas se hincan
en la grava, y ella refriega las manchas que nadie
nunca soñó refregar hasta que el agua corre ferrosa.

Detrás del seto en los jardines del Rosario
una hermana silba. Frances piensa en una tarde
después de misa cuando, con la comezón del pecado, se deslizó
a través del portón a la zona de las monjas. Y ahí,
la monja vieja y loca que escupía tierra y discutía con los arbustos,
la que, se rumoreaba, estaba atada con una soga larga
a las canillas de la cocina, estaba posada como un barrilete roto
sobre la montaña de abono, capturada por un instante
en la mira del crucifijo de la colina vecina.
Cuando su mano alzada bendijo a Frances
estaba abriendo las piernas para mear, una curva dorada y sólida
como las que hacía el padre de Frances al costado de la cabaña el último verano:
el olor a cobre caliente, a hojas secas.

Frances escurre la esponja, los dedos le arden
con el encaje del jabón. Ahora ve el corte
que el óxido le hizo a su mano: las dos, tres, ahora cuatro,
gotas, como semillas de granada, atrapadas
en el puño de tela y retenidas para regocijo de la trama.


PRIMERAS MASCOTAS

Alguien comienza un juego que nos da
a cada uno un nom-de-guerre de estrella porno. El juego exige
los nombres de soltera de las madres, implica a las primeras
mascotas. Como paperas, casi todos las tuvimos.
Cómo rogué, y cuando por fin la tuve, el desamparo
de mi cachorrita me horrorizó. Pobre incontinente
a la que no pude amar —qué parecida a mí— acobardada, bruta,
siempre pegada a los talones de las cosas—

            —los perros me asustan todavía, como las babosas,
como los niños; el mismo conocimiento incierto de la especie.
Los sueños me liberan de camadas de cachorritos ñatos
que lloriquean y que yo no puedo alimentar, y llevo puerta
a puerta arrastrándolos en sus placentas—

y ‘Mitzi Farmer’ vive su vida de estrella porno
en cul-de-sacs como estos, duda casi siempre
entre qué es sexo, qué es pelea.
Se acuesta tarde con bichos peludos
Mínimamente cosidos para un abrazo. Su madre no llama
casi nunca. Mitzi se da maña con los animales.
 

De El hombre cuya mano izquierda pensaba que era un pollo (Ediciones Gog y Magog)
Traducciones de Inés Garland

martes, 16 de diciembre de 2014

Paul Virilio - Sobre el darwinismo de las imágenes


—Enrico Baj. El arte moderno y contemporáneo ha sido atacado desde todos sus flancos, y por grandes intelectuales como Antonin Artaud, Roger Caillois, Claude Lévi-Strauss o, más recientemente, por Cornelius Castoriadis, Jean Baudrillard, Gilles Lipovetsky, Umberto Eco o Norbert Lynton. Pero, para los que dirigen el sistema del arte, es como si esos ataques no existieran.
Es la forma contemporánea de la democracia, que no necesita recurrir a la censura porque los ataques no le causan ningún daño. Incluso parece que las críticas y acusaciones refuerzan el sistema del arte, como ocurre con el político, porque las críticas, al existir, demuestran que hay espacio, cabida, para todos. Pero se trata de un espacio puramente virtual, al ser sólo verbal y no poder llegar a controlar los recursos financieros, los patrocinadores o toda la ideología del arte oficial.
Los comisarios y los críticos complacientes no quieren confundirse con el público. El arte, como casi todo hoy en día, es asunto de expertos, y el resto queda excluido o, como mucho, puede apuntarse a las visitas guiadas, para enterarse de lo que hay. Giotto hablaba a todos.

—Paul Virilio. Al que ataca al arte moderno se le considera un nostálgico, un conservador. Se rechaza la crítica, cuando la crítica es el motor del arte y de toda verdadera renovación. Cuando Caillois y Artaud critican algo, la crítica forma parte del arte. No puede decirse que Artaud sea ajeno, extraño al arte. Cuando era joven, trabajé con Braque y con Matisse. ¡Son tantos los recuerdos, los objetos, las obras! No hablo por hablar, formo parte del oficio. Pero lo politically correct también llega al ámbito del arte. Me explico.
Ya no sólo el lenguaje debe ser correcto, sino que la imagen también debe ser “ópticamente correcta”. La imagen correcta es la que el sistema fabrica, en sus catedrales, en sus palacios del poder, que, en el caso del arte, son los museos. Las imágenes deben ser eficaces. Se da, así, una suerte de darwinismo de las imágenes que se impone desde la publicidad: las imágenes deben ser productivas, eficaces para la marca. El lenguaje “políticamente correcto” se ha extendido así a la imagen, a la óptica. Esta idea de una óptica correcta porque eficaz es una deriva que puede traer consigo la desaparición de la pintura, del dibujo, del grabado. ¿Qué es el darwinismo? Simplemente que los más fuertes sobreviven. Es lo que ocurre ahora: ante la imagen “eficaz”, “espectacular”, ante las proyecciones, los poderosísimos haces de luz, las video-instalaciones o la alta definición, cualquier otra figuración, cualquier otra sensibilidad óptica queda relegada, apartada en beneficio de lo que denomino el arte del motor, el arte de la motorización, que abarca también las pantallas los pixeles, lo digital. Los pintores ven reducidas las posibilidades de exponer, y lo que me resulta más intolerable es la eliminación de determinadas formas de arte en beneficio de otras más agresivas y violentas. Se elimina el pluralismo en beneficio del más fuerte. Se tiende así a eliminar el resorte del arte y la técnica de la pintura en beneficio de una hipertécnica hiperrealista. La alta definición y las imágenes de dimensiones desmedidas producen una eficaz atracción óptica, son terrific, como dicen en Estados Unidos, olvidando que el terror y el horror producen el mismo efecto.           

De Discurso sobre el horror en el arte (Casimiro, 2010)