domingo, 10 de noviembre de 2013

Tres poemas de Juan José Rodinás


LOS APRECIADOS OBJETOS O ESTA CANCIÓN HUMANISTA

Nadie me espera, ni en mí, ni en ningún lado, lo que hay
es una bola de boliche rodando escaleras arriba y,
en un ejercicio de precisión mecánica, una turba de boxeadores
especulan con el precio de mi rostro apoyado en la nieve.
¿Tan poco hemos avanzado en la vida? Tango ufológico
practicado con las metodologías de una bala
cuya autopsia hemos acompañado con nombres propios:
Wendy o Joy, las marcianas en prosa. Una práctica de nudos
tejidos con neuronas y cuyo dorso es un paramecio tranny
que vuelve siempre hacia algo que ya no existe.
Los recuerdos queman, pero sobre todo te practican
un mal corte de pelo que no te deja dormir en la noche. En rigor,
también un odio como una máquina cumbiera y logarítmica
cuya respuesta es siempre el número que no apostaste.
¿Dónde será d’ir mañana? El tiempo se vuelve la piel
de un animal oblicuo y, más que impronunciable, inútil.
¿Quién nos regresará el sol de un tiempo refregado contra la lija
de las palabras muertas, de los rostros olvidados? No existe
abrazo alguno que haga bailar reggaetón a una piedra producida,
trabajada desde el eje del miedo. Habrá que llorar si se sabe
la clave electrónica que dice: llanto que avanza del centro inmóvil
hacia las afueras de una vida como un hostal campestre. Canastas
para comer sándwiches y cocacolas del tiempo (no en el tiempo).
Los instantes se descuelgan como la melena de un clavadista que,
debajo de la piscina estoica (o del sueño), se descubre como un orfeo
traducido al húngaro e indigno de un comic neonazi
elaborado muchos siglos después (de qué, quién sabe). La verdad
es que no estar hubiese sido más exacto que tanta carrera con vallas
donde el velocista arrastra su cabeza con las manos y le pide
a los ojos que rozaban la pista mostrarle algún camino
o, al menos, recordarle que nada tiene sentido alguno.
El modelo de la tierra puede aliviar al viajero promedio,
pero los menos vivos sabemos que cualquier recorrido se explica
como una masa apachurrada luego de un pogo con tijera en mano
cuya basura nadie vendrá a retirar por ti.   


PASAPORTE: ESOS AVIONES DE GUERRA SOBRE ISLANDIA

Al mirar en su rostro pensaba: amor + nunca también es un lugar:
una aguja vista de cerca para pensar los improbables.
Entonces, algún sentido tiene ejercer presión en el lenguaje
para encontrar las cosas, para decir las cosas en un círculo,
en círculo entusiasta sobre un yate abandonado
sobre una pista de hielo, junto a árboles de diseño surtido.
Silvana escribe: te enviaré postales desde un sueño que no habría tenido,
aunque lo tuve. Adiós, galerías donde los dibujantes elaboran tu retrato
para un film de largo aliento. Adiós, maquetas de ciudades
que se habrían fabricado lejos para un nosotros que se fabrica cerca.
En cualquier caso, un sueño donde se anticipó el adiós
en forma de una pareja de hombres calvos que miraban planetas,
abrazados, en una habitación con techo transparente al cielo.
Ahora, de momento, no hay nada muerto, pero Silvana
anticipa en sus labios lo que podría suceder: el abrazo nuclear para dos
sobre el viaducto del tiempo: un hombre enamorado de otro,
llorando: las almas se fabrican de manera industrial
y lo que existe es un vacío  donde nadie sabe, ni recuerda.
Nada sucede en mí, pero ciertos animales huyen 
porque saben que algo se esparcirá en muchas direcciones 
& que —de todo esto— apenas resistirá el polen amarillo de ciertas flores.
No hay método para entender la vida con personas,
pero tampoco en objetos, ni en nada que no sean palabras,
aunque tampoco las palabras saben mucho de la vida.
Quizás hay algo que puede revelarse, entre colinas y colinas
frente a un puente que nada une y permanece allí sobre el desierto.
La llave de una muñeca rota que no existe en el mundo
—& no es del mañana— sólo se puede desarmar en un lenguaje
que no existe, pero que traga todos los lenguajes
hacia un mundo vacío donde puede extinguir el mundo acumulado
desde un globo rojo que ahora se desprende y luego brilla.


BALADA PARA UN PERDEDOR ABSOLUTO EN VERSO RELATIVO

La madrugada es un niño rodando colina abajo
en mi cabeza que rueda colina abajo & cielo arriba abajo
donde se muele mi rostro de piedra sobre mi rostro de hueso.
De hecho, no sé si pienso esto que pienso: fracasé y soplé
y coloqué mi torso sobre una cancha de sangre
donde se acumulan los órganos del hombre que ya no pude ser,
que no sabría. Sobre el plumaje de un búho en el desierto,
las mujeres que no tuve, las que anhelé en la lluvia,
recorren un hospital psiquiátrico donde disparan
contra el laberinto vertical de mi cabeza rapada a los 16 años.
Esta muerte donde las islas de viento soplan
sobre los carrizos de agua de mi rostro quemado
en un pasaje directo hacia los huesos. Sin gracia, niño gris,
hombre concreto (la versión tangible de otros, esos sí,
triunfadores y etéreos, pero también hueco, vacío,
hambre de fondo, línea de arrastre de un símbolo inundado,
concreto máquina poema hombre poema cicatriz).
Y nuevamente herida. Nadie que me elija me elegirá.
Tengo el doble de años y una niña de niebla me esconde
bajo su mano (soy quien le venda su rostro,
quien la tortura sin que ella lo sepa para así comprenderla).
El cielo esplende como la copula masiva de un enjambre
de abejorros azules + la velocidad de las células
amarradas sobre mis ojos: hay avisos de curva que no hay.
Hoy, 6 de julio de 2012, mi alma es una cabeza rapada,
un desierto de neuronas sobre una isla de caballos
cosidos contra una nube de seda. Mamá, ya olvidé
cómo se escribía mi nombre. La escuelita de mi muerte
se abrasa con demasiados rostros desconocidos,
saludos cordiales, la desesperación de un animal
por convertirse en polvo.


 De Anhedonia (Gamar Editores, 2013)

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