miércoles, 28 de agosto de 2013

Walter Benjamin - Dos sonetos



7

Cómo puede alegrarme el brillar de este día
si tú no penetras conmigo en los bosques
donde el sol relampaguea en las negras ramas
antes tu mirada podía renovarlo

en tanto que tu dedo inscribe tu enseñanza
en la tabla de mi pensamiento que fielmente
guardó los signos y yo elevo la tímida mirada
pero mientras al borde del camino

vela la muerte en tu lugar y yo estoy en el bosque
más solitario que árboles y arbustos en la noche
un soplo de viento cruza la ladera desnuda

la claridad de mediodía que me envuelve de súbito
luce en el arqueado cielo más profunda y azul
cual la tristeza de un ojo misterioso



39

Nosotros los primeros huimos tarde ya
de soportar la aproximación del juicio
nuestras rodillas cedían bajo el peso
de ser abatidos en la procesión

vivíamos entonces como en un templete
y poseíamos entre todos Un rostro
juzgábamos idéntica la luz en la ventana
del crepúsculo y del arrebol matutino

inexorablemente amábamos todos a Uno solo
cuyo amor cada cual osaba reclamar
pues nos protegía de lo débil y lo infame

nuestra dicha era casi madura y campesina
cuando lo arrebató lo que nos acusaba
desvelando un mundo maligno y finito.



De Sonetos (Ediciones Península, 1993)
Traducción de Pilar Esterlich

Nota: Entre 1915 y 1925, Walter Benjamin escribió una serie de sonetos en memoria de su íntimo amigo, el joven poeta Fritz Heinle, quien se suicidó junto a su novia, Rika Seligson, al comenzar la Primera Guerra Mundial.

lunes, 19 de agosto de 2013

Dos poemas de Sharon Olds




ORACIÓN

Déjame ser fiel al significado básico:

rompiendo aguas en la sala de parto que de pronto
olió como el mar;
                        esa primera vez
que él puso su cuerpo contra mí como una sierra y
me atravesó hasta el sexo,
la sangre en su pene y sus pelotas y muslos
pegajosos como el jugo de una fruta;
                        el terrible miedo
como los movimientos del niño en la vagina:
nada puede detener ahora al enorme, oscuro
cuerpo bajando hacia fuera dentro de mí
como si dentro de mi propio cuerpo todo
empujara hacia fuera;
            el trémolo de un violonchelo
traspasando mis labios cuando la corriente
de esperma
sale a través de él:
                                   su manita delgada
en la mía, amarilla como la resina, su respiración
serrando hacia fuera y hacia adentro, un cuchillo
que corta el pan:
respirando con ella, haciendo
el viaje con ella;
                        la aguja caliente
de leche perforándome el pezón;
                                   el brillo del
sudor que nos perla de resina cuando nos movemos
toda la tarde el uno contra el otro;

la última contracción, cuando cintura y piernas
salieron como peces, y por primera vez vi
el sexo reluciente-
                                   déjame recordarlo
cada acción, cada palabra
tiene su origen así.



FÓSIL DE AMOR

Sobre sus elegantes tobillos vegetarianos papá
sorbía su cena. Como un dinosaurio más,
grande, carnoso, hecho de bistec crudo,
mordisqueaba y tragaba, su mandíbula goteaba hierbas y aguardiente,
magnífica bestia extinguida hacia la que mi corazón excava.
Su ojo oscuro como un enorme yacimiento de carbón,
su mirada como lava en suspenso -era un hombre en suspenso.

Pacía las sobras, lento en su gigante estructura ósea,
no podía hacerse un sitio y olía los hoyos
de brea, como su padre en la bañera el día entero.

Yo no comprendía su funesto destino ni mi afición por su peligroso
y enorme cuerpo.
Le exhibía mis flancos, pero fue
vegetariano hasta el fin de sus días.

Misterioso como un reptil y salpicado de lodo como un viejo Chevrolet,
estaba sobrealimentado y era embotado y cruel.
Me enseñó a amar
lo invariable, lo que no podía evitarse,
lo que descendía mudo en el tiempo, como la ira, como la brea.
Estaba hundido en ella hasta la blanda cintura,
en vuelto en su traje de brontosaurio como un viejo albornoz.
El amor nació en mí, una tormenta de mosquitos
girando en torno a La Brea.*

Carnívora como era, lo vi
forcejear y hundirse poco a poco como si fuera su designio.
Carnívora como era, vi
su hombro desnudo y blanco y sentí hambre.



De Satan dice (Igitur, 2001)
Traducción de Rosa Lentini y Ricardo Cano Gaviria
______________________

*Juego de palabras. La Brea, localidad de Los Ángeles conocida por sus fósiles.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Charles Simic - Sobre Emily Dickinson


EMILY DICKINSON :
CAJAS CHINAS Y TEATROS DE TÍTERES

La conciencia es la única casa de la que sabemos…
Dickinson


Dos imágenes me vienen a la cabeza cuando pienso en los poemas de Emily Dickinson: cajas chinas y teatros de títeres. La imagen de cajas dentro de otras cajas tiene que ver con la cosmología, y los teatros y los títeres con la psicología. Unas y otros están, por supuesto, íntimamente relacionados.
         La íntima inmensidad de la conciencia es la preocupación constante de Dickinson. La imagino sentada en su cuarto durante interminables horas, con los ojos cerrados, mirando en su interior. El hecho mismo de estar consciente ya es estar dividido, ser múltiple. Hay tantos otros yo dentro de mí. El mundo entero viene a visitarnos a nuestra recámara interna. Visiones y misterios y pensamientos secretos. “Qué extraño es todo” debe haberse dicho Dickinson.
         Todo universo está contenido dentro de otro universo. Ella abre cajas, cajas de Pandora. En una encuentra el terror; el sobrecogimiento y el éxtasis en la siguiente. No puede apartarse de las cajas. Su imaginación y su amor por la verdad conspiran contra ella. Hay tantas cajas. De vez en cuando debe haber creído que ya había llegado a la última caja, pero al mirarla con atención ésta revelaba que todavía contenía una caja más. Las apariencias engañan. Ésa es la lección. Ella era víctima de un truco como los somos todos los que deseamos llegar a la verdad de las cosas.
         “Cómo es arriba, es abajo” afirmaba Hermes Trismegisto. Emerson pensaba lo mismo. Creía que la lucidez y el incremento de nuestra comprensión serían consecuencia de esa ley fundamental de nuestro ser. La experiencia del yo que Dickinson tenía era muy distinta. Para ella el yo era el punto de encuentro con paradojas, oximorones e infinitas ambigüedades. Y a todos les daba la bienvenida de la misma manera en que Emerson acogía sus certezas. “Lo imposible, al igual que el vino, estimula”, nos dice ella.
         ¿Creía ella en Dios? Sí y no.
      ¿Quizás Dios es el ingenio creador de todas estas cajas que caben una dentro de otra? Es más probable que Dios sea sólo otra caja. Ni la más pequeña ni la más grande imaginable. Hay cajas de las que ni siquiera Dios sabe nada.
         En cada caja hay un teatro. En él vemos todas las siluetas que el yo y el Mundo y el Universo infinito proyectan. Hay una obra que se encuentra en plena representación, quizá siempre es la misma obra. Sólo la escenografía y el vestuario difieren en cada caja. Los títeres representan las Grandes Preguntas —o tal vez Dickinson les permitía representarse a sí mismos. Se sentaba a contemplarlos, hechizada.
         Algunos teatros tienen un decorado cristiano. En ellos está Dios y su hijo. Está la Inmortalidad y la serpiente en el Paraíso. El cielo es como un circo en uno de sus poemas. Cuando la carpa desaparece, lo que queda son kilómetros y kilómetros de vacío. Mientras tanto, la pasión y el martirologio de Emily Dickinson continúan representándose bajo la carpa y bajo el cielo abierto. En lo que a mí toca, no cabe duda que entre estos títeres ha tenido lugar un sufrimiento real.
         En otros teatros la escenografía podría haber sido pintada por de Chirico. En ellos vemos una obra de sustantivos abstractos escritos con mayúscula y personificados contra un paisaje metafísico de líneas rectas y puntos de fuga. Cifras y Álgebras pasan a los largo de “kilómetros y kilómetros de nada” mientras conversan. “La verdad es calva y helada”, dice ella. La Verdad es un maniquí espeluznante, como también lo sospechaba Sylvia Plath. Este es el teatro del terror metafísico.
La muerta está en todas las obras y también lo está esta mujer. La muerte es una especie de maestro de ceremonias que abre cajas mientras oculta otras en sus bolsillos. El yo está dividido. Dickinson se encuentra tanto en el escenario como entre el público, mirándose a sí misma. “La batalla librada entre el Alma y Ningún Hombre” es lo que todos miramos.
         Que ella logre que todo esto ocurra dentro de la breve extensión de un poema lírico es asombroso. En Dickinson encontramos un tipo de poema lírico que edifica y desmantela cosmologías. Ella sabía que tanto el poema como nuestra conciencia son un teatro. O, mejor dicho, muchos teatros.
         “Quién, salvo yo, sabe quién es Ariadna”, escribió Nietzsche. Emily lo sabía mucho mejor que él.



De El flautista en el pozo (Cal y Arena, 2011)
Traducción de Rafael Vargas