No hay nada tan instructivo y
gozoso como sumergirse en una sociedad formada por gente de una raza
completamente distinta a la tuya, que respetas, por la que sientes simpatía, de
la que te enorgulleces desde fuera. La plenitud vital de los armenios, su tosco
afecto, su noble sangre trabajadora, su rechazo inenarrable a la metafísica y
su maravillosa familiaridad con el mundo
de las cosas reales, todo eso me decía: estás despierto, no temas a tu época y
no te engañes.
O. M.
Algunos poemas de Armenia*:
Yo amo a este pueblo que vive a
puro esfuerzo,
que computa cada año como un
siglo,
que da a luz, que duerme, que
grita
aprisionado contra la tierra.
Tu oído fronterizo
acoge todo sonido;
ocre, ocre, ocre,
en la maldita profundidad de
mostaza.
Habla punzante del valle
Ararat,
gato salvaje: habla de Armenia,
lengua rapaz de ciudades de
arcilla,
habla de adobes hambrientos.
Y el cielo miope del sha
—turquesa nacida ciega—
no consigue leer el libro vacío
de arcillas cuajadas cual
sangre negra.
Nunca más te veré,
cielo miope de Armenia,
ni volveré a mirar con ojos
entornados
tu tienda de campaña de Ararat,
ni volveré a abrir
en el archivo de autores
alfareros
el libro hueco de la
maravillosa tierra
en que aprendieron los primeros
hombres.
De Armenia en prosa y en verso (Acantilado, 2011)
Traducción de Helena Vidal
Traducción de Helena Vidal
*Ósip
Mandelstam visitó Armenia en 1930. Fue un viaje largamente anhelado debido a lo
que ese pequeño país representaba para él aún sin conocerlo (un acercamiento al
cristianismo primitivo y a lo que aún persistía de la antigüedad clásica en su cultura).
Tras
cinco años de sequía creadora, Mandelstam volvió a escribir durante su estadía
en Armenia, para ya no tener pausas considerables sino hasta su muerte en un “campo de trabajo”
el 27 de diciembre de 1938.
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