domingo, 10 de marzo de 2013

Tres poemas de Ósip Mandelstam



 No hay nada tan instructivo y gozoso como sumergirse en una sociedad formada por gente de una raza completamente distinta a la tuya, que respetas, por la que sientes simpatía, de la que te enorgulleces desde fuera. La plenitud vital de los armenios, su tosco afecto, su noble sangre trabajadora, su rechazo inenarrable a la metafísica y su maravillosa  familiaridad con el mundo de las cosas reales, todo eso me decía: estás despierto, no temas a tu época y no te engañes.

O. M.

Algunos poemas de Armenia*:




Yo amo a este pueblo que vive a puro esfuerzo,
que computa cada año como un siglo,
que da a luz, que duerme, que grita
aprisionado contra la tierra.
Tu oído fronterizo
acoge todo sonido;
ocre, ocre, ocre,
en la maldita profundidad de mostaza.




Habla punzante del valle Ararat,
gato salvaje: habla de Armenia,
lengua rapaz de ciudades de arcilla,
habla de adobes hambrientos.

Y el cielo miope del sha
—turquesa nacida ciega—
no consigue leer el libro vacío
de arcillas cuajadas cual sangre negra.




Nunca más te veré,
cielo miope de Armenia,
ni volveré a mirar con ojos entornados
tu tienda de campaña de Ararat,
ni volveré a abrir
en el archivo de autores alfareros
el libro hueco de la maravillosa tierra
en que aprendieron los primeros hombres.




De Armenia en prosa y en verso (Acantilado, 2011)
Traducción de Helena Vidal


*Ósip Mandelstam visitó Armenia en 1930. Fue un viaje largamente anhelado debido a lo que ese pequeño país representaba para él aún sin conocerlo (un acercamiento al cristianismo primitivo y a lo que aún persistía de la antigüedad clásica en su cultura).
Tras cinco años de sequía creadora, Mandelstam volvió a escribir durante su estadía en Armenia, para ya no tener pausas considerables sino hasta su muerte en un “campo de trabajo” el 27 de diciembre de 1938.

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