martes, 13 de febrero de 2024

Victoria Chang - Obituarios

 


Mi madre murió, sin paz, el 3 de agosto de 2015 de fibrosis pulmonar, en su habitación de la casa de reposo Aldea Walnut en Anaheim, California. La habitación nació el 3 de julio de 2012. La Aldea no era realmente una aldea. No había nogales. Solo flores cortadas. Algunos días antes, el enfermero del hospicio deslizó silenciosamente el estetoscopio sobre los pulmones de mi madre y esperó que se inflaran. La forma en que la espera se transforma en una herida. La forma en que el enfermero inhaló, cerró sus ojos, exhaló y dijo lo siento. ¿Acaso la sangre se me subió a la cara o a las puntas de mis dedos? ¿Volvió a abrir sus ojos antes o después de decir lo siento? La forma en que la memoria es el zumbido después de un disparo. La forma en que tratamos de recordar el disparo pero no podemos. La forma en que la memoria se levanta y empieza a caminar luego de que alguien muere.

 


Los dientes de mi madre murieron dos veces, una en 1965, todos arrancados debido a una periodontitis. Otra vez el 3 de agosto de 2015. Los dientes postizos se encuentran en una caja en el garaje. Cuando murió, los toqué, los olí, creí oír un gemido. Me metí los dientes en la boca. Pero tener dos dentaduras solo me causó más hambre. Cuando murió mi madre, me vi a mí misma en el espejo, sus palabras en mi boca como el azúcar flor de una rosquilla. Sus últimas palabras fueron en inglés. Ella pidió un Sprite. Me pregunto si su último pensamiento fue en chino. Me pregunto cuál fue su ultimo pensamiento. Solía pensar que las palabras de una persona muerta mueren con ella. Ahora sé que se dispersan, buscando un significado al que adherirse como un aroma. Mi madre solía recolectar flores de azahar en un tazón pequeño y chato. Paso junto al árbol cada primavera. Siempre supe que el duelo era algo que se podía oler. Pero no sabía que en realidad no es un sustantivo, sino un verbo. Y que se mueve.

 


La privacidad murió el 4 de diciembre de 2015. Mi hija llevó un globo que decía Mejórate pronto al cementerio. En esta ocasión Peter Manning yace junto a mi madre. Un extraño tan cerca de ella. Antes de que esta otra lápida apareciera, la lápida de mi madre todavía era mi madre debido a la ausencia a su alrededor. La aparición de la nueva lápida y la semejanza con su lápida sugería que mi madre también era una lápida, que mi madre estaba enterrada bajo una lápida también. El día del entierro, contraté a un sacerdote chino. No puede entender la mayoría de sus palaras porque no eran sobre comida. Los hombres que habían cavado la tumba estaban parados esperando con sus palas. Los miré a los ojos buscando algún signo de ahogo. Entonces me di cuenta de que el cuerpo de uno de ellos no tenía sombra. Y cuando se alejó caminando, el pasto no se aplastó. Su pala estaba limpia. Súbitamente reconocí a este hombre como el amor.

 


La música murió el 7 de agosto de 2015. Hice un video con fotos antiguas y música para el funeral. Elegí “Aleluya” a capella. Porque en realidad no estaban cantando, sino llorando. Cuando mis hijas entraron a la habitación, fingí que estaba escribiendo. Al contrario, miraba las fotos antiguas de mi madre. Los patrones de tela en todas sus blusas. La manera en que mantenía las manos juntas delante de su cuerpo. En cada foto, la pequeña cartera marrón que ahora se encuentra debajo de mi escritorio. En el funeral, mi cuñado bajaba el volumen de la música. Cuando no estaba mirando, yo subía el volumen. Porque quería que esta gente sintiera lo que yo sentía. Cuando yo no estaba mirando, volvió a bajarlo. Al final del día, alguien se llevó el equipo y los parlantes. Pero la música seguía ahí. Esta fue mi primera percepción del duelo.

 


La memoria murió el 3 de agosto de 2015. La muerte no fue repentina, sino lenta durante una década. Me pregunto si, cuando la gente muere, escucha una campana. O si saborean algo dulce, o si sienten que un cuchillo los corta por la mitad, arrastrándose a través de la carne como una torta. La cuidadora que presenció la muerte de mi madre renunció. Ella posee la memoria y las imágenes y ahora se han ido. Por el resto de su vida, los recuerdos serán suyos. Dijo que mi madre no podía respirar y luego tuvo su último aliento veinte segundos después. La forma en que me he imaginado un beso con muchos hombres a los que nunca he besado. Mi recuerdo de la muerte de mi madre no puede ser un recuerdo sino una imaginación, cada vez que sopla el viento, las hojas se despliegan de manera ligeramente distinta.

 

 

De Obit (Universidad Austral de Chile, 2023)                                                                  Traducción de Carlos Soto Román

 

domingo, 11 de febrero de 2024

Sophie Calle - Historias reales

 


LOS ZAPATOS ROJOS

Amelie y yo teníamos once años. Y el hábito de robar en tiendas departamentales los jueves por la tarde. Lo hicimos por un año. Cuando su madre comenzó a sospechar nos dijo, para asustarnos, que un policía nos había descubierto y acusado, pero por ser tan chicas, nos había dado otra oportunidad. Iba a seguirnos, y si dejábamos de robar, se olvidaría del asunto. Durante las siguientes semanas pasamos la mayoría del tiempo preguntándonos quién era el policía oculto entre las personas que nos rodeaban. Nos concentramos tanto en despistarlo que dejamos de robar. Nuestro último golpe fue un par de zapatos rojos demasiado grandes. Amelie se quedó el derecho y yo el izquierdo. 




 


LA CIRUGÍA PLÁSTICA

Cuando tenía catorce mis abuelos sugirieron que necesitaba cirugía plástica. Hicieron una cita con un famoso cirujano y se decidió que mi nariz tenía que ser enderezada, que una cicatriz de mi pierna izquierda tenía que ser cubierta con un pedazo de piel de mi culo y que mis orejas tenían que ser restiradas. Tenía dudas, pero me tranquilizaron diciéndome que podía cambiar de opinión hasta el último momento. Aunque, al final, fue el mismo Doctor F. quien puso fin a mi dilema. Dos días antes de la operación, se suicidó.      


 




LOS GATOS

Tuve tres gatos. Félix murió al quedarse encerrado por accidente en el refrigerador. A Zoe se me la quitaron cuando nació mi hermano menor, al que odié desde ese momento. A Nina la estranguló un hombre celoso que me dio, un poco antes, este ultimátum: al dormir, el gato o él. Opté por el gato.






LA CAMA

Era mi cama. Dormí en ella hasta los diecisiete. Luego mi madre la puso en un cuarto que rentaba. El 7 de octubre de 1979 el inquilino se acostó y se prendió fuego. Murió. Los bomberos tiraron la cama por la ventana. Estuvo ahí, en el patio del edificio, por nueve días.


 




LA CORBATA

Lo vi por primera vez en 1985, en una charla que dio. Me pareció atractivo, pero una cosa me molestó: llevaba puesta una corbata fea. Al día siguiente le hice llegar, de forma anónima, una delgada corbata café. Luego, lo vi usarla en un restaurante. Por desgracia, no combinaba con su camisa. Entonces, me di a la tarea de vestirlo de pies a cabeza: le enviaría una prenda cada año en navidad. En 1986, recibió un par de calcetines grises de seda; en 1987, un suéter negro de alpaca; en 1988, una camisa blanca; en 1989, un par de gemelos de chapa de oro; en 1990, un par de boxers con un patrón navideño; nada en 1991; y en 1992, un par de calzones grises. Algún día, cuando esté completamente vestido por mí, me gustaría presentarme.     


 




El EXAMEN MÉDICO

Me hicieron un examen médico. Tuve que llenar un cuestionario de 6 páginas con casi 300 preguntas. En todas, salvo en una, respondí NO. ¿Ha contraído rubeola, viruela, cólera, varicela, tétanos, tuberculosis, fiebre amarilla, escarlatina o tifoidea? ¿Ha padecido soplos cardiacos, colesterol alto, hipertensión, diabetes? ¿Es propensa al vértigo? ¿Tiene dolores de cabeza, de estómago, palpitaciones, náuseas, niños, alergias, embolias, piedras en los riñones, mareos, ataques epilépticos, dolores de espalda, desórdenes gastrointestinales, encías inflamadas, problemas de audición, visión borrosa? Y de repente, de la nada, perdida en ese mar de preguntas, esta: “¿Se siente triste?”.       






QUIÉN ERES 

Eliminar contacto. Difícil.

Cuando murió mi padre, no borré su número de mi teléfono.

Ayer le marqué por error y colgué al instante.

Unos minutos después, su nombre y su foto aparecieron en la pantalla.

Bob me había enviado un mensaje. 

 





LA VISTA DE MI VIDA

La ventana de mi cuarto da hacia un pastizal. En el pastizal hay toros, y en los toros, pájaros garrapateros. A la izquierda, las ramas de un sauce llorón. Hileras de fresnos y tamariscos a lo lejos. Hay garcetas y, ocasionalmente, una cigüeña. Nada destacable y, sin embargo, la pradera brilla. Ni siquiera podría calcular las horas que me he pasado mirándola, a través del mosquitero. Esta pradera, enmarcada por la ventana, es la imagen que mis ojos han fotografiado más que ninguna otra. Es la vista de mi vida.   


 




¡EN VERDAD LOS ENGAÑASTE!

Una vez tuve una expo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Mi madre estuvo en la inauguración. Se quedó atónita al ver mis piezas colgadas entre todos los Hoppers y Magrittes. Sin una pizca de malicia, gritó: ¡En verdad los engañaste! 


 




OBITUARIO 

Monique quiso ver el mar una última vez. El jueves 31 de enero fuimos a Cabourg. El último viaje. Al día siguiente, “para que mis pies luzcan lindos allá”: el último pedicure. Leyó Ravel, de Jean Echenoz. El último libro. Un hombre al que admiró por mucho tiempo, pero que no conocía, la visitó en su cama. La última vez haciendo amigos. Organizó el funeral: su última fiesta. Los preparativos finales: eligió su vestido —azul marino con estampado blanco—, una fotografía suya haciendo gestos para la lápida y su epitafio: ¡Ya me estoy aburriendo! Escribió un último poema, para su entierro. Eligió el cementerio de Montparnasse como su domicilio final. No quería morirse. Dijo que era la primera vez en su vida en que no le habría molestado esperar. Derramó sus últimas lágrimas. Los días antes de su muerte se mantuvo repitiendo: “Es extraño. Es tan estúpido”. Escuchó el “Concierto para clarinete en La mayor, K. 622”. Por última vez. Su último deseo: irse con la música de Mozart en los oídos. Su última petición: no se preocupen. “Ne vous faites pas de souci[1]”. Souci fue su última palabra. El 15 de marzo de 2006, a las 3 p. m., su última sonrisa. Su último aliento, en algún momento entre las 3:02 y las 3:13. Fue imposible de capturar.         


 




HOY MURIÓ MI MADRE

Un 27 de diciembre de 1986, mi madre escribió en su diario: “Mi madre murió hoy”.

A su vez, un 15 de marzo de 2006, escribí en el mío: “Mi madre murió hoy”.

Nadie escribirá eso de mí.

Fin.

 





LA JIRAFA

Cuando mi madre murió compré una jirafa disecada. Le puse su nombre y la colgué en mi estudio. Mónica me mira con tristeza e ironía.

 

 

 



[1] No hay problema, no se preocupen.


De True stories (Actes sud, 2017)                                                                                      Traducción LEG

jueves, 4 de enero de 2024

Sarah Manguso - Algunos argumentos



En tercero de secundaria tenía mucho miedo de hablar con el muchacho al que amaba, así que le envié un corazón de papel negro cada semana, durante un año. No tenía miedo de él, tenía miedo de mi sentimiento. Era más poderoso que Dios. Si alguna vez hubiéramos hablado pude haber quemado el lugar por completo. 

 


Nunca he visto un fantasma y no creo en ellos. Podría ver uno esta noche e incluso así no creería en fantasmas. Creería en ese fantasma.

 

 

La oscuridad lo posee todo, pero nuestro sol sale tan a menudo que pensamos que el universo es mitad oscuridad y mitad luz.

 

 

Escribo en defensa de las creencias que, me temo, parecen menos defendibles. Todo lo demás se siente como tarea.

 

 

Una de las ideas que menos me gustan acerca de la escritura es que debemos encontrar la voz propia como si estuviera dentro de nosotros, lista para ser encendida como una pianola. Al igual que el carácter, su existencia depende de la interacción con el mundo.

 

 

Cuando ya no esperé superar mis miedos, dejaron de ser una carga. La esperanza es la que hizo de ellos una carga.      

 

 

Llamarle fragmento a un pedazo de texto, o decir que está hecho de fragmentos, es decir que él o sus componentes alguna vez estuvieron completos, pero dejaron de estarlo.

 

 

Una mujer comienza el rumor de que me acosté con un hombre en la cama de otra mujer. Quince años después la busco en internet y me encuentro tres mug shots. En la primera es la linda pelirroja que recuerdo de la universidad (tal vez con un par de grietas en el esmalte), pero en la última está gorda, arruinada. Todavía no la perdono. La compadezco, pero no la perdono solo por ser lastimera. Odiarla es un acto de respeto.   

 

 

He escrito libros enteros con tal de evitar escribir otros libros.

 

 

Uno debe ser capaz de empatizar con un suicida, pero sin convertirse en uno.

 

 

Es preferible imaginar que los demás te odian a aceptar la propia insignificancia.

 

 

Hubo personas a las que deseaba tanto antes de tenerlas que la completa experiencia de tenerlas fue dolor por mi vieja hambre.



Nos escondemos a plena vista, en nuestros cuerpos.

 

 

Las madres deben haberles cantado a sus bebés incluso antes de que existiera la música como tal. Me pregunto qué pensaron de eso, cómo lo entendieron. Ese canto. 

 

 

Nada me parece más aburrido que la enésima reiteración de que el lenguaje no es suficiente para describir los matices del mundo. Por supuesto que el lenguaje no es suficiente. Aceptar eso es el punto de partida para aprovechar sus capacidades. Para incrementarlas.

 

 

Un amigo siempre da el mismo consuelo a quienes tienen miedo de publicar algún texto potencialmente vergonzoso. No te preocupes, susurra beatíficamente, nadie lo va a leer.

 

 

Me gusta la escritura irresumible, un núcleo que no puede ser condensado, que debe enunciarse exactamente como es.

 

 

Conservo tres tipos de libros: los que quiero leer, los que quiero releer y los que quiero abrir otra vez solo para comprobar lo malos que son.

 

 

La muerte revela lo que, de otra manera, habrías terminado. También lo que nunca habrías acabado. Encontré las notas de un libro en el que una mujer había estado trabajando por treinta años: dieciséis páginas.   

 

 

Cada dos o tres años decido escribir algo solo por dinero y trabajo en eso por un buen tiempo. Luego envuelvo su cadáver en plástico, lo sello en un contenedor y lo escondo debajo de la casa.

 

 

Más mala escritura de la vida real: intenté cruzarme con alguien cada día durante cuatro meses hasta que me di por vencida. Cuatro días después me lo encontré sin proponérmelo. Cuatro horas más tarde me lo encontré de nuevo, fuimos a cenar y compartimos un pedazo de pay.

 

 

En el largo momento después de haber completado un proyecto, a la deriva en un océano sin viento, vuelvo a la idea de cierto libro imaginario que nunca escribiré, una meta que jamás voy a alcanzar. Tan pronto como encuentro un proyecto nuevo, empujo el libro imaginario lejos de mí, más allá del horizonte, donde me esperará hasta la próxima vez que lo necesite.  

 

 

En realidad hay dos clases de personas: tú y todos los demás.

 

 

Los malos libros se venden; la gente tiene mal gusto. Los malos libros no se venden; la gente prefiere los grandes libros. Los grandes libros se venden; después de todo, son grandiosos. Los grandes libros no se venden; son demasiado grandiosos para ser entendidos. Los grandes libros se venden solo tras la muerte de sus autores. Estamos cómodos con todos esos clichés, aunque no puedan coexistir lógicamente.

 

 

Respeto a quien tuvo un solo éxito no por su éxito, sino por todos los días que debe haber sufrido intentando otro.

 

 

El problema de establecer metas es que trabajas constantemente para alcanzar lo que solías querer.

 

 

La felicidad comienza a deteriorarse una vez que la nombras.

 

 

Aquellos que reciben elogios por cualquier acto quedan lisiados por la adoración. Crecen atrofiados, marchitos, pierden el impulso para continuar. El elogio puede matar.

 

 

Solía perseguir las cosas que se acostumbran —sexo, drogas, barrios bravos— para disfrutar de la sensación de desperdiciar mi vida, de coquetear con el peligro. La maternidad finalmente sació ese apetito. Es una autodestrucción que jamás se detiene y de la que nadie se da cuenta.



Luego de convertirme en madre me siento, al mismo tiempo, más y menos sola. Me siento menos sola cuando considero a los otros anónimos, los miles de millones de desconocidos que han compartido esta soledad particular.

 

 

En lugar de patologizar cada singularidad humana, deberíamos decir: Por la gracia de dicho comportamiento, este individuo ha podido continuar.  

 


De 300 arguments (Graywolf Press, 2017)


lunes, 11 de diciembre de 2023

Tres poemas de Matthew Dickman

 


PROBLEMA

 

Cuando tenía treinta y seis, Marilyn Monroe se llevó a la cama

todas las píldoras para dormir. La hija de Marlon Brando

se colgó en el cuarto tahitiano

de la casa de su madre

mientras Stanley Adams se pegó un tiro en la cabeza. A veces

miras las nubes o los árboles y no se parecen

ni al suelo ni a las nubes ni a los árboles.

La artista Katy Chang

se prendió fuego y los hijos de Bing Crosby abandonaron

a los tiros su paso por la industria musical.

A veces me pregunto por la vida

interior de los osos polares. Deleuze, el filósofo,

se tiró al mundo por la ventana

para salir de él. Peg Entwistle, una actriz desconocida,

de liberó de la “H” de Hollywood,

cuando todo se veía en blanco y negro

y David O. Selznic era el rey, circa 1932. Ernst Hemingway

se llevó el caño a la sien en un pueblo de Idaho,

mientras su nieta, que era modelo, se trepó al árbol familiar

y se pasó de pastillas. Mi hermano

se pegó parches de fentanilo en el cuerpo

hasta que el cuerpo dejó de serlo. Me gusta

el sonido de los gansos en el agua. Me gustan

los jabones que te dan en los hoteles porque son lindos.

Sarah Kane se ahorcó. Harold Pinter

le dio unas rosas cuando aún estaba viva

y Louis Lingg, el anarquista, prendió un cartucho de dinamita

en su boca  

aunque tardó casi seis horas

en morir. Ludwig II de Bavaria se ahogó

y lo mismo Hart Crane, Virginia Woolf y John Berryman. Si estás

viajando y vas en tren, no te olvides de llevar

un libro. Andrew Martínez, el militante nudista, murió

en prisión, con una bolsa en la cabeza, desnudo,

y Potocki, el escritor y aristócrata polaco,

usó una bala de plata en 1815.

Sara Teasdale se tragó un frasco de pastillas

después de prepararse la bañera

en cuya agua se abrieron las venas

docenas de senadores romanos.

Larry Walters se hizo famoso

por volar con unos globos y una sillita plegable. Podía subir

miles de metros. Era un hombre que volaba.

Se disparó en el corazón. Por las mañanas al levantarme

me lavo los dientes, me lavo la cara

y me pongo la ropa que más me gusta.

Quiero tratarme bien.

 



EL REGALO


Cuando, durante una

de nuestras temibles

 

noches

juntos en el sofá

 

planeando la huida

el uno del otro

 

como marineros hambrientos

en una isla

 

donde uno quería quedarse

bajo las palmeras

 

y tomarse de la mano

y escuchar el mar

 

aunque murieran de hambre

y la otra quería

 

irse, porque para ella

lo desconocido era siempre

 

mejor que lo conocido,

me dijo

 

que una de las razones

por las que quería

 

tener un hijo, tener

uno conmigo,

 

era que en algún lugar

en su interior sabía

 

que ella se iría

y quería que yo

 

tuviera algo cuando

se fuera. Un animal

 

para mí, un amigo en la isla,

alguien a quien amar

 

que no fuera ella. Creo que dije

“ah”. Creo que debí

 

decir gracias. Gracias

por esto. Como si

 

el hijo fuera un regalo

envuelto en papel brillante

 

enviado

por el ocaso, un gesto

 

de despedida que supuestamente

haría que la despedida

 

fuera sobre la vida y no sobre la muerte.

Dije “ah”

 

pero dentro de mi cuerpo

estaba caminando por


la nieve con Owen

en mis brazos

 

tratando de cubrir

su cara del frío.

 

Estaba caminando

por un bosque

 

de noche, tomando

la mano de Owen y tocando

 

una campana para encontrar

a su hermano mayor.

 

Qué regalo tan extraño,

pensé

 

“Ah”, pensé

y ese ‘ah’ significaba

 

ah, por supuesto, ¿quién

querría estar

 

conmigo?

Los chicos son

 

milagros, dice la gente.

Los chicos son

 

regalos, dice la gente.

Y sobre la muerte

 

algunos dicen que somos

comida para gusanos, mi amor,

 

somos comida para gusanos.

Pero yo creo

 

que somos sobras de miel

para mapaches.

 

Quería que tuvieras

algo, dijo ella,

 

y entonces

como Cristo

 

haciendo girar el agua

con sus largos dedos

 

para convertirla en vino

ella milagrosamente

 

se llevó todo

y me dio todo.

 



EL REINO ANIMAL

 

Cuando Owen nació

tenía miedo,

 

como todos los padres

primerizos tienen miedo,

 

de que se me cayera

y se rompiera     

 

la cabeza, todavía

con forma de cono,

 

la forma que su cabeza

inteligentemente tomó

 

para escapar

del cuerpo de su madre

 

y entrar al mundo.

Empecé a tener sueños

 

larguísimos donde el cielo

se rompía y el alma

 

del cielo se escapaba

y se movía como un gigante

 

calamar rosa sobre

la galería de atrás,

 

la calle, el pasto.

Cuando me despertaba

 

me acercaba a él

y lo levantaba

 

y lo acunaba y pasaba

mis dedos por

 

su nueva columna vertebral

como un arpa. Yo tenía

 

algo que podría llamarse

ansiedad. No dejaba de pensar

 

en lo que pasaría

si le pisaba

 

la cabeza mientras estaba

acostado

 

en su mantita de lana,

cómo se sentiría mi pie

 

bajando y atravesándolo,

su piel de bebé,

 

su cráneo flexible.

Cómo el mundo entero

 

se convertiría en

un ataúd caleidoscópico

 

repitiéndose para siempre.

No dejaba de pensar

 

qué pasaría

si lo dejaba

 

en el auto, al sol

mientras paseaba

 

en el aire

fresco de algún sinuoso

 

pasillo de supermercado,

cómo las piezas de plástico

 

de su silla

se derretirían sobre él

 

y él sobre ella, cómo

su pañal estaría

 

cargado y caliente.

Y pensé en todos

 

esos padres

en el reino animal

 

que se comen a sus crías,

arrancan sus corazones

 

de sus pechos,

no porque tengan hambre,

 

o celos, no,

no por alguna antigua

 

secuencia atrapada

de ADN que aún no ha evolucionado,

 

sino porque no

saben cómo comerse a sí mismos,

 

que es lo que realmente

quieren, devorar

 

lo que más

odian, el vagón lleno de estrellas

 

del Yo, esa

bolsa de carne y huesos

 

que no pidieron ser.

Yo no pedí ser.

 

Pero acá estoy, enamorado,

acunando a este animal

 

humano sin pelo que viene

de un reino

 

de hormigas erguidas

con dedos en las manos y los pies.

 

Y mi único trabajo ahora,

en todo el mundo,

 

es no quebrar a mis hijos,

y a la vez,

 

enseñarles a no

quebrar a los demás,

 

aunque, claro,

lo voy a hacer y ellos también,

 

atrapados como estamos

y libres como cualquier otro animal.

 

 

De Café en la nieve (Zindo & Gafuri, 2023)                                                                    Traducción de Patricio Grinberg y Sebastián Urli

 

 

 

 

 

 

 

martes, 5 de diciembre de 2023

Cuatro poemas de Martín Gambarotta

 



Dan a entender que podrías llegar

a ser como ellos, te alientan a que

intentes ser como ellos, te tratan

como si fueras igual a ellos

porque saben que nunca

serás uno de ellos.

 



Terminó el día

sin pedirle nada

 

tampoco el día

pidió nada

 

se consumió

su llama un poco

sucia

 

nadie tuvo nada

para dar salvo dar

 

otro día por perdido

 

el sol es una yema

 

llega la noche

cada uno hace su pedido.

 

 


El que se quiere matar

no es que crea

que no tiene futuro

 

proyecta el futuro en exceso

hasta volverlo

mercancía de su muerte

materia que mataría

 

en mente tiene

demasiados proyectos

que se condensan

en un solo proyecto

inmediato

 

su único fin

es proveerse un final

 

reducir todo a nada

para que

con un apagón definitivo

eso sea todo.

 


 

Todo sistema comienza

                estafándose a sí mismo

para así poder idear la manera

más eficaz de estafar a los demás

hasta que los demás sientan

el ansia por estafar como el modo

más natural de estar en el mundo.




De Sangría (Rapallo, 2023)

Cuatro poemas de Piedad Bonnett

 


BIOGRAFÍA DE UN HOMBRE CON MIEDO

 

Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido.

Pero pronto también

le recordaron los deberes de un hombre y

le enseñaron

a rezar, a ahorrar, a trabajar.

Así que pronto fue mi padre un hombre bueno.

(“Un hombre de verdad”, diría mi abuelo).

 

No obstante

—como un perro que gime, embozalado

y amarrado a su estaca—, el miedo persistía

en el lugar más hondo de mi padre.

De mi padre,

que de niño tuvo los ojos tristes y de viejo

unas manos tan graves y tan limpias

como el silencio de las madrugadas.

Y siempre, siempre, un aire de hombre solo.

De tal modo que cuando yo nací me dio mi padre

todo lo que su corazón desorientado

sabía dar. Y entre ello se contaba

el regalo amoroso de su miedo.

Como un hombre de bien mi padre trabajó cada mañana,

sorteó cada noche y cuando pudo

se compró a cuotas la pequeña muerte

que siempre deseó.

La fue pagando rigurosamente,

sin sobresalto alguno, año tras año,

como un hombre de bien, el bueno de mi padre.

 

 


ORACIÓN

 

Para mis días pido,

Señor de los naufragios,

no agua para la sed, sino la sed,

no sueños

sino ganas de soñar.

Para las noches,

toda la oscuridad que sea necesaria

para ahogar mi propia oscuridad.

 

 


FOTOS

 

Al otro lado del teléfono

mi hermana habla de fiordos, de glaciares,

de rías, de bahías,

de “sastrugis”

 (que son dunas de nieve).

No puedes —dice— ni imaginar los matices del blanco,

su belleza.

Y anuncia fotos, muchas fotos.

Yo no la decepciono:

también me agito, muestro mi deseo

de ver a su regreso

lo que no alcanzan a decir sus palabras.

 

No le digo a mi hermana lo que en su fondo sabe:

que lo que quiere atar allá se queda;

que en su maleta

ya se comienza a derretir la nieve;

que no hay segundos tiempos,

que escribimos historias

con flores disecadas y mariposas muertas

que asfixian con su polen nuestros días.

Le digo en cambio

que aquí estoy, esperando su promesa

 

 


LECCIÓN DE SUPERVIVENCIA

 

Nada hay de bello en el pepino o carajo de mar.

Es, en verdad, un animal sin gracia,

como su nombre.

En el fondo de los grandes océanos,

inmóvil, blando, amorfo,

permanece

condenado a la arena,

y ajeno a la belleza que encima de su cuerpo

despliega el mar.

Se sabe que

cuando el pepino de mar huele la muerte

en el depredador que lo amenaza,

expele

no sólo su intestino

sino el racimo entero de sus vísceras,

que sirven de alimento a su enemigo.

Con un limpio ritual

huye el pepino de aquello que amenaza con dañarlo.

Para sobrevivir queda vacío.

Liviano ya de sí y libre de otros

muda de ser.

 

Y poco a poco

sus entrañas

se recomponen.

Y vuelve a ser, en letargo de sal,

una entidad en paz que vive a su manera.




De Poesía reunida (Lumen, 2016)

 

martes, 7 de noviembre de 2023

Mary Ruefle - La mujer que no podría describir una cosa si pudiera

 

Tenemos una casa. Hay un techo y hay ventanas. Creo que son cuadrados. Puedes ver a través de ellos, eso es seguro. Hay una puerta para entrar y salir de la casa. Funcione en ambos sentidos. ¡Y un piso!

Salimos de la casa en un auto. El auto tenía ruedas, eran cuatro. Y había una puerta para entrar y salir del auto. En realidad había cuatro puertas, también éramos cuatro, así que cada uno tenía su propia puerta. Adentro solo había espacio para sentarse, y una correa que cruzaba tu cuerpo en caso de que hubiera un accidente.

Un accidente es cuando sucede algo que se supone que no debe suceder y no quieres que suceda, pero sucede de todos modos. Ese día no tuvimos ningún accidente. En cambio, fuimos a un restaurante.

El auto se quedó afuera del restaurante y nosotros nos quedamos adentro. Un restaurante es un lugar que cocina para ti. Les das dinero para que cocinen. O para comer, no estoy segura.

Probablemente ya lo sepas, pero comer es cuando la comida entra en tu cuerpo. Luego sale por otra puerta de otra manera. (Cuando dije que el auto tenía cuatro puertas se me olvidó la quinta, la puertita por donde entra la gasolina).

Así que los cuatro estábamos en el restaurante. Parte de la comida era buena y parte de la comida era mala, pero cuesta lo mismo. Mientras comes tienes una conversación. Una conversación es hablar entre personas. Una persona dijo: “Estoy cansada del calor”, y otra dijo: “Yo también”. Yo dije: “A mí me gusta”. El último de nosotros dijo: “¿Podríamos hablar de algo más que del clima?”. Pensé que era algo interesante de decir.

Un pensamiento es hablar en silencio contigo mismo dentro de tu cabeza. Pero sin embargo lo puedes escuchar. Esta es la principal diferencia.

Después de comer y conversar, uno de nosotros dio dinero para estas cosas. Simplemente lo entregas y por un momento lo puedes ver, se está moviendo de una mano a otra mano y lo puedes ver, es papel. Pero no suele mostrarse, la mayor parte del tiempo mantienes tu dinero fuera de la vista. Casi nunca está en el aire. No es como un collar o algo así. Pero de tanto en tanto lo sacas y regalas un poco. Nunca regalas tu collar. Sin embargo, un collar es signo de dinero. Simplemente es. Exhibes el signo de que tienes cosas escondidas. Va y viene, como una conversación.

Dos de nosotras llevábamos collares y dos no. Ese es un hecho que agregué más tarde, para que lo supieras.

Salimos del restaurante por la puerta. Ahí estaba el auto. En el auto no conversamos. Dejamos el auto cuando estaba frente a la casa.

Dentro de la casa hubo un accidente. Los accidentes pasan tan rápido que en realidad nunca los ves, así que nadie puede hablar de ellos. Después del accidente hubo otra conversación. Fue más larga que la conversación que tuvimos en el restaurante, a pesar de que éramos cuatro en el restaurante y ahora solo éramos tres.

Entonces llegó la hora de acostarse. Una cama es el lugar donde duermes. Si tienes un collar, te lo quitas. Tanto tú como el collar pasan de una posición vertical a una posición horizontal. Pero no juntos.

Cierras los ojos, que estuvieron abiertos todo el día. Cierras la boca, que estuvo abierta todo el día. Tienes todo el día para ti mismo. Entonces empiezas a ver cosas dentro de tu cabeza que no pusiste ahí. Afuera de tu cabeza está oscuro y no puedes ver mucho, pero puedes ver las cosas “puestas” dentro de tu cabeza. Cuando eso pasa, sabes que estás dormido. Puede que no lo sepas, pero lo estás.

Estás dormido. El día se terminó. Ya no lo puedes describir. Así es la vida. Se acabó.


De Mi propiedad privada (Zindo & Gafuri, 2023)                                                                    Traducción de Patricio Grinberg